por Nicolás Deleville

El 14 de diciembre de 1979, un día antes del cumpleaños de su bajista Paul Simonon, la banda The Clash lanzaba su obra magna, London Calling, un disco que llegaría a los Estados Unidos y a gran parte del mundo en enero del año siguiente. Ya desde su nombre, que podría traducirse como “El conflicto” o “La lucha”, la banda inglesa dialogaba con esa conflictiva época que sacudía al Reino Unido y a buena parte del planeta y que sería el contexto de nacimiento del punk rock.

Tras romper con su antiguo manager, Bernie Rhodes, y en medio de un bloqueo creativo y de fuertes disputas con su sello discográfico CBS Records, que los amenazo con dejarlos si el disco no vendía, la banda atravesaba un momento financieramente muy complejo, que incluso los llevó a buscar un nuevo lugar para ensayar.

La mayoría de las canciones de London Calling fueron compuestas en la parte trasera de un garaje, hasta que a mediados de agosto del 79 la banda se adentró en los Wessex Studios (una antigua iglesia del norte de Londres devenida en profano templo del punk, por el que pasaron también los Sex Pistols).

La banda eligió como productor a Guy Stevens, contra la voluntad de una discográfica que lo resistía por su alcoholismo y sus métodos de trabajo poco ortodoxos, que podían incluir el ingreso a la sala de grabación arrojando sillas y otros objetos contra las paredes para contribuir a crear ese ambiente tenso y opresivo que acompañaba perfectamente la atmósfera que pretendía transmitir el disco. Así, a pesar de sus modales, el productor trabó una especial relación con los integrantes del grupo, especialmente con el bajista Simonon, a quien ayudó a volverse mucho más productivo, logrando que muchas de las canciones se grabaran en una o dos tomas. Por otro lado, la banda engañaría a CBS Records, aprovechando el permiso de la compañía para producir un maxi sencillo, de forma tal que por el precio de un álbum simple lograron la duración de uno doble.

Musicalmente mucho más amplio que discos anteriores, en London Calling pueden encontrarse influencias de rockabilly, ska, jazz, blues rock, reggae y funk; sin alejarse del sonido pesado y crudo del punk e incluso atreviéndose a ir más allá, hacia el hard rock, expandiendo el abanico de recursos de la banda al fusionar elementos de todos estos géneros.

Este disco, compuesto y grabado en una época tumultuosa, se constituiría también en el cierre de una década de alta conflictividad social, con la emergencia del neoliberalismo como paradigma económico mundial en lucha contra importantes procesos de resistencia popular. Son los años de impacto de la crisis del petróleo, de una revolución iraní que en 1979 lograría voltear al Sha para terminar instalando al Ayatola Joemeni, de accidentes nucleares como el de la planta de Three Mile Island, de titulares amenazantes acerca de una posible inundación de Londres gracias a un Támesis desbordado por el calentamiento global, de desempleo crónico por las políticas liberales de Margaret Tatcher y la revolución sandinista (a la que homenajearon en otro de sus discos), entre otros acontecimientos que sacudían al mundo.

Este clima de época no podía dejar de afectar a los integrantes de la banda, que reflejan su sensación de desesperanza, pesimismo y miedo en letras amargas y críticas. La perfecta banda de sonido de un mundo que se cae a pedazos.

Otra de las cuestiones que ayudó al sentimiento desolador del disco fue la vertiginosa caída que la escena punk venía sufriendo, ya que tras tocar su techo en el 77 la primera ola del punk empezaba a desarmarse rápidamente, con los Pistols y The Damned separándose a inicios del 78, Sham 69 siguiendo el mismo camino al año siguiente y muchos otros ejemplos, mientras que el resto del género era fagocitado y absorbido comercialmente por la industria musical que habían jurado enfrentar. Y los Clash reflejaron esto de forma irónica, con frases como “La falsa Beatlemanía mordió el polvo” en “London Calling”, o “Cada mentiroso que vive del rock, nos grita por micrófono que morirá antes de venderse” de “Death or Glory”. La primera de ellas que da título al álbum también habla de catástrofes climáticas, accidentes nucleares, guerra fría y una constante crítica a la sociedad inglesa.

Completan el cóctel molotov canciones sobre la guerra civil española como “Spanish Bombs” (donde además homenajean a Lorca) y otras como “Koka Kola” donde se burlan del ejecutivo de grandes compañías o “Lost in the Supermarket”, un grito anticonsumista de tinte autobiográfico del guitarrista Mick Jones que describe los problemas de crecer en una familia pobre de los suburbios londinenses. También están “Guns of Brixton”, que habla de la vida en una Londres bajo estado policial, y “Clampdown”, una denuncia de la opresión capitalista y los peligros del fascismo que cierra con un llamado a las masas para luchar contra el sistema.

London Calling no solo se transformó en el disco más emblemático de The Clash, llegando a ser disco platino y vendiendo más de 5 millones de copias, sino que también es uno de los discos más influyentes del rock del siglo XX (y probablemente de la historia), elegido múltiples veces como uno de los 10 mejores discos del rock gracias a sus letras críticas, sus melodías experimentales dentro del punk y una riqueza de recursos musicales que lo hicieron de  escucha obligada para cualquier amante del género. Pero, además, se trata de uno de los últimos y más reconocidos discos de rock político y combativo, un testimonio fiel de una época convulsionada en el que se aprecian claramente las perspectivas socialistas y anarquistas de los queridos Clash.